Nos hemos hecho asiduos del cine y como siempre, nos sentamos atrás, donde nadie nos pueda ver ni molestar, donde no hayan señoras habladoras, tampoco niños llorones, eso es lo bueno de las butacas de atrás.
Nos sentamos a mirar y sentirnos uno al lado del otro, puedo olerte, que delicia, puedo mirarte, rozarte, puedo entrelazar tu mano con la mía. Te extrañaba, te necesito.
Me conformo con estar bajo las sombras sintiendo tu mano y tus caricias escondidas para no molestar a nadie, me conformo. Me conformo porque pronto estaremos a solas y esas caricias tímidas serán explosiones de pasión, mientras tanto, le agradezco a la butaca de atrás.
Cuantos enamorados se han sentado donde ahora estamos nosotros, cuantos se han acariciado y besado cubiertos por la oscuridad de la sala, cuantos enamorados mantenían sus previos al amor en las butacas de atrás.
Esa no es la función de un asiento de cine, sin embargo, cuando es necesario se convierten en los mejores aliados.
En esta carrera el tiempo es definitivo, no lo pienses mucho, el tiempo es importante. En el amor, hay que ser valientes, hay que jugarse todas las cartas y cuando se acaben, reinventarlas.
El amor lo vale, no importa las lagrimas que se derramen, si al final logras vivir el amor a plenitud.
Tarde o temprano el amor llega, el amor de verdad y como en otros años, la butaca de atrás, ahí estará.
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